Cuando voy en el metro, hay ocasiones en que me siento dispuesto y me gustaría entablar conversación con la persona que tengo a mi lado porque pienso con fuerza en que, algunas veces, hay gente que piensa lo mismo, y, en verdad, podría ser tan habitual como raro. Tantas cosas en común y ni una palabra... Tengo una amiga que cuando subía al metro de Madrid daba las buenas tardes a la gente que ya estaba dentro (a un volumen de tan sólo dos personas a la redonda, no vayáis a pensar que lo gritaba, aunque eso sería más gracioso...igual se lo propongo...).
El problema (si es que lo hay) reside en que ese tipo de cosas no resultan formar parte de una práctica diaria, y es por eso por lo que siempre que ocurre algo parecido tendemos a pensar que se trata de alguien que no está bien de la cabeza. Sin embargo, creo que todos reaccionaríamos de una forma distinta en un caso especial (se nota cierta complicidad cuando el metro lleva mucho retraso, cuando el conductor desaloja los vagones advirtiendo que "este tren finaliza en..", o cuando se para demasiado entre estación y estación y alguien dice algo así como: "Hay que ver eh...todos los días lo mismo...").
Por ejemplo, sí después de mucho tiempo viendo a las mismas personas en el andén o en la parada del autobús antes de ir a clase o al trabajo (y no saludarlas en ningún momento), nos encontráramos con alguna de estas personas en el extranjero (por ejemplo), creo que no dudaríamos en ningún momento y saludaríamos tranquilamente para comenzar una conversación, porque, de repente, esa situación nos hace sentir más unidos y con más cosas en común(a mi me ha pasado...).
El caso es que estamos viviendo momentos extraños en los que no conocemos ni a nuestros vecinos...ni siquiera a los de nuestra misma planta, y con eso se pierden un montón de cosas.
Recuerdo cuando en Entrevías, mi barrio de toda la vida, toda la gente se conocía, se paraban y se saludaban (nadie tenía tantísima prisa como ahora), se ponían "a la fresca" todas las noches de verano sacando sus sillas a la calle y hacían corrillos hablando de las novedades del bloque y de todo lo que podían, los niños jugaban mientras tanto en la calle hasta que sus madres y abuelas "se recogían"(algunos padres y abuelos también llevaban a cabo esta práctica, por lo que no era una cosa exclusiva de mujeres...).
Recuerdo con cariño el sonido que emitía el camión (enorme trailer que casi no cabía en la plaza) que conducía el padre de nuestro amigo David. Hacía sonar la bocina cualquier tarde de verano mucho antes de poder divisarlo para que nos fuéramos preparando. Este camión era de una conocida marca de helados, y al llegar, siempre nos regalaba algunos de ellos al grupo de amigos. Estos helados eran los mejores del verano porque no nos costaban ni una peseta y sobretodo porque este hombre nos los daba sonriendo...OPS! Disculpad..me he ido del tema...
(Perdón por la nostalgia...)
La conclusión es que ahora prácticamente todos los barrios y ciudades son "zonas residenciales" y parece que no quisiéramos ser conscientes de que todos madrugamos para afrontar nuestras obligaciones, de que de que todos pensamos en la gente que queremos cuando estamos lejos, a todos nos conmueven las mismas cosas, lloramos por las mismas cosas, que reímos de las mismas cosas...al fin y al cabo, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, no queremos que nadie se dé cuenta de lo iguales que somos...
Creo que todo esto es debido a la desconfianza generada por los sucesos que acontecen en el mundo y que vemos todos los días en las páginas de nuestros diarios o en las televisiones.
Yo mañana volveré a subir al metro temprano y seguramente actúe de la misma forma que lo hice hasta hoy pero al menos seré consciente y sonreiré al recordar que todo esto lo escribí en uno de esos viajes...